Las bebidas alcohólicas fermentadas presentan mayor probabilidad de verse contaminadas con productos congenéricos del etanol, así como por metanol, debido a que no son sometidas a procesos de destilación en las cuales son purificadas al eliminarse la contaminación de este tipo: esta probabilidad aumenta cuando estas bebidas son elaboradas sin tener en cuenta las buenas prácticas de manufactura y son atribuidas sin haber realizado un control de calidad riguroso, en el cual pueda determinarse la presencia o no de contaminación o adulteración como sucede en el caso de las bebidas alcohólicas fermentadas tradicionales y populares.
La industria de las bebidas alcohólicas, es una de más demanda y consumo a nivel mundial, ya que cada día aumentan los consumidores de estas bebidas de todo tipo, desde las no destiladas como la cerveza, hasta las destiladas como el ron, donde el contenido alcohólico es elevado.
El intenso consumo y generación de ingresos que este tipo de industria genera ha provocado que en muchos lugares del mundo se manejen de forma casera para generar bebidas con alto grado alcohólico a bajo precio. Esto como toda obra fuera de la norma establecida, crea una serie de complicaciones desde financieras y legales, hasta de salud, ya que al no producirse dentro de compañías confiables que cuentan con estándares de calidad, se elaboran productos que atentan contra la salud y la vida de las que las consumen, por la presencia de metanol, como producto contaminante de la fermentación o como producto adulterante, con el cual se diluye el etanol. El metanol puede provocar ceguera por el alto daño a la retina o muerte por insuficiencia respiratoria.
Generalidades sobre el etanol
El alcohol es un líquido incoloro y volátil que está presente en diversas bebidas fermentadas, en concentraciones que van desde el 5% hasta el 20%, como es el caso de la cerveza y los vinos respectivamente. Algunos de estos fermentos se destilan por medio de un alambique para aumentar su concentración etílica hasta un 40%, así es como se producen el tequila, el whisky, el vodka, el ron, la ginebra, el anís etc. Dependiendo del género de bebida que lo contenga el alcohol aparece acompañado de distintos elementos químicos que lo dotan de color, sabor, olor y otras características.
Las concentraciones de alcohol difieren de una bebida a otra: la ingesta del alcohol suele medirse como el porcentaje que una persona llegue a acumular en su torrente sanguíneo. De esta manera se considera que las dosis bajas fluctúan entre 0.02 y 0.06%, mientras que las dosis letales sobrepasan el 0.50%. En términos cotidianos, la cantidad de alcohol suele medirse a través del número de copas ingerido, vasos, latas, botellas, etc. En personas que no han adquirido tolerancia hacia el alcohol, se puede hablar en términos de “tragos”, esto es, de la cantidad contenida en el tipo de recipiente en el que suele tomarse la bebida. Para el vino por ejemplo, una dosis baja es de una copa, una dosis media va de dos a tres copas y una dosis alta sobrepasa las cuatro copas.
Acción del etanol en el organismo
El alcohol se ingiere por vía oral. El tiempo que pasa antes de alcanzar las concentraciones máximas en la sangre varía de 25 hasta 90 minutos. Cuando el etanol alcanza el cerebro actúa como un depresor primario y continuo del sistema nervioso central. La estimulación aparente es en realidad un resultado de la depresión de los mecanismos de control inhibitorio del cerebro. Como ocurre con la mayoría de las drogas, sus efectos dependen de la dosis.
Los centros superiores se deprimen primero afectando el habla, el pensamiento, la cognición y el juicio. A medida que la concentración alcohólica aumenta, se deprimen también los centros inferiores afectando a la respiración y a los reflejos espinales, hasta llegar a la intoxicación alcohólica que puede provocar un estado de coma y en casos extremos la muerte.
El cuerpo humano sólo puede metabolizar de 10 a 15 ml de alcohol por hora, ya que concentraciones mayores se consideran letales.
A nivel psicológico, las dosis bajas producen la sensación de elevar el estado de ánimo y relajar a la persona. A nivel físico un poco de alcohol aumenta la frecuencia cardiaca, dilata los vasos sanguíneos, irrita el sistema gastrointestinal, estimula la secreción de jugos gástricos y la producción de orina. Las dosis medias alteran el habla, el equilibrio, la visión y el oído. Se tiene una sensación de euforia y se pierde la coordinación motora fina, por lo que ya no es aconsejable conducir un automóvil ni manejar cualquier tipo de maquinaria. En dosis altas, los síntomas anteriores se agudizan y se alteran las facultades mentales y del juicio. Si el individuo continúa bebiendo puede ocurrir una pérdida del control motor en la que se requiere ayuda para poder moverse y hay una evidente confusión mental.
A partir de una concentración sanguínea equivalente a beber más de 10 tragos sin descanso alguno, puede tener lugar una intoxicación severa; cualquier otro aumento en las concentraciones puede provocar desde inconsciencia hasta coma profundo y muerte por depresión respiratoria.
Debe cuidarse sobremanera evitar la exposición, ocasionalmente intencional, de datos, (que no información), que pudieran inducir a un consumo no auto responsable de bebidas alcohólicas en general.
La educación para la salud, ejemplarizante, en el seno familiar, en la escuela y por parte de la sociedad, incluyente y excluyente, son claves, más allá de los intereses de diversa índole.