La pensadora de José Luis Fernández Fernández 1968-1976.
Escultura urbana: La pensadora, ubicada en la calle Argüelles, aledaños del Teatro Campoamor, en Oviedo (Principado de Asturias) en España.
El pensamiento es un fenómeno psicológico racional, objetivo y externo derivado del pensar para la solución de problemas.
El pensamiento es la actividad y creación de la mente; se dice de todo aquello que es traído a la existencia mediante la actividad del intelecto. El término es comúnmente utilizado como forma genérica que define todos los productos que la mente puede generar incluyendo las actividades racionales y reflexivas del intelecto o las abstracciones de la imaginación; todo aquello que sea de naturaleza mental es considerado pensamiento, bien sean estos abstractos, racionales, creativos, artísticos, etc. Se considera pensamiento también la coordinación del trabajo creativo de múltiples individuos con una perspectiva unificada en el contexto de una institución u organización.
¿Por qué disponemos de tan poco tiempo para pensar?, ¿Por qué la mayor parte de los trabajos son alienantes? ¿Por qué, la mayor parte de las políticas sólo nos permiten pensar la existencia en términos de producción bruta, la mayor parte del tiempo vital? ¿Por qué reivindicar una política de salud mental con un lenguaje que permita pensar la existencia como algo más digno que acudir al socorro, de una Oficina de Farmacia?, ¿Por qué si con el 10% de nuestro potencial mental logramos entre el 80 y el 90% de nuestros objetivos, nos exigen jornadas laborales plenas de rutinas estériles absolutamente mortecinas? ¿Por qué se nos castiga perversamente si se nos ocurre pensar, con más carga absurda? ¿Por qué el 1% de la población rige los destinos del mundo? ¿Por qué el 30% le aplaude? ¿Y, por qué el 70% restante, traga miserablemente, sin elevar sus ojos a un cielo hermoso que, aunque tenga nubes, por encima de ellas, siempre, siempre, se halla el sol, alumbrando? ¿Por qué los discursos dan la impresión de ir por un lado y nuestra vida por otro? ¿Por qué al hablar de salud sólo pensamos en el sufrimiento? ¿Por qué reducimos el insomnio al hecho de que no sepamos si va a existir un nuevo amanecer? ¿Por qué el incremento de la esperanza de vida no convence al deseo de vivir? ¿Por qué nos sigue doliendo el que la marca de clase social siga siendo invisible y salvaje? ¿Por qué es mezquino reducir a categoría de alteración el agobio por el encierro con quienes (si hay suerte) son los que queremos, pero pese a todo, resulta ser padre, madre, hijo, amante o lo que quieras, de forma constante e ininterrumpida? ¿No será que de forma presurosa reducimos y categorizamos de forma reduccionista y simplista todas estas cuestiones, y prescribimos mucha desinfección y sobre todo silencio? Todas, palabras que no posibilitan nuestro renacimiento.
¿No serán consensos cobardes sobre la vida, que hacen que ante catástrofes como las que estamos viviendo muchos huyan a comprar papel higiénico?, como dice en su excelente artículo titulado: “No se diga salud mental”, Constanza Michelson, del día 20/07/2020, en ctxt Contexto y Acción, en Público diario: “A falta de Dios, la asepsia es el opio del pueblo”.
Decía hace ya muchos años un compañero psiquiatra en Barcelona, que había que evitar “etiquetar”, reducir las maneras de vivir, las formas de fluir, esas geometrías del deseo a unidades mínimas de lenguaje para hablar de sí mismo y, que no dejan pensar ni dan opciones…
Corren tiempos de desesperación plenos de consejos iniciales para mantener una mínima cordura (la “pandemia de la salud mental”) por los efectos del confinamiento y la incertidumbre, bien con finalidad política o por propia preocupación.
“La urgencia de la angustia no puede atenderse como una urgencia médica” y sí intentar dar respuesta a ¿Qué es una vida vivible, una vida con deseo, pese a que implique angustia y cierto grado de locura?
“No entre aquí quien sea ignorante en geometría”.Frase grabada en la entrada de la Academia de Platón.
Platón diferenciaba al médico filósofo que se orienta a los fines últimos, del médico de esclavos que ataca lo contingente (como diría en Amanece que no es poco, José Luis Cuerda), con rapidez y cabeza gacha en pos de la utilidad inmediata.
La autora acaba el artículo invocando la memoria de Gabriela Mistral que escribió (transcribo): sobre la majestad de la palabra como actitud frente a la vida, una que permite estar presente y sentir agudamente la responsabilidad sobre los dichos y los actos. Solo así es posible salir de la miseria de la mera subsistencia. Una ciudad sin deseo, donde sus habitantes comen, procrean y trabajan de manera mecánica, es, según Anne Carson, una en que se descuida el arte de contar historias y la gente solo piensa en la que ya sabe, en las categorías que le son dadas. ¿Contamos hoy con las herramientas políticas y antropológicas, y de un lenguaje para la invención y la imaginación de nuevos principios?
¿Para cuándo, políticas con lenguaje que permitan pensar la existencia como algo más digno?