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El reposo vegetativo, como el nuestro propio proporcionado por el sueño, también tiene su función en las plantas.
Todos nosotros conocemos bien los efectos de una noche sin dormir o “mal dormida” así como el de la privación del sueño durante un largo período de tiempo.
La viña también aqueja este mal, por lo que debemos estar atentos durante su ciclo vegetativo e intentar no importunar demasiado su descanso cíclico.
Tras mi formación en viticultura hace casi un decenio comprendo los desvelos de los viticultores, en especial cuando estos son dueños de centenares o de unas cuantas hectáreas.
Por ello, vaya desde aquí nuestro mayor respeto para aquellos que en el día a día cuidan de sus viñas intentando controlar aquello que tiene un difícil por no decir imposible control.
Núnca hay dos años iguales, y se hace cierto el dicho popular de que “hasta que no se lavan los cestos, dura la vendimia”.
En un año “normal”, la viña experimenta su activación vegetativa con la brotación o incluso antes, gracias al incremento de la temperatura ambiental, sobre todo cuando el recurso hídrico está asegurado. Normalmente, con la llegada del verano, la dinámica de crecimiento disminuye, el estrés hídrico y las temperaturas extremas se encargan de frenar el crecimiento de la vid. Algunas hojas acusan el desgaste, se secan en exceso por la intensa actividad fotosintética, o se queman por los golpes de calor o/y por la falta de agua.
En pleno verano, algunas variedades o en algunas regiones, tiene lugar la vendimia.
En otoño se vendimian las variedades más tardías y se acentúa el freno de la actividad vegetativa y la senescencia foliar facilitado por el descenso de las temperaturas y por las heladas otoñales.
Es la preparación para el sueño invernal, el del merecido descanso, hasta el próximo año.
Acostarse tarde o temprano
El año 2018 fue muy lluvioso y con temperaturas del suelo muy elevadas y ambientales inferiores a las habituales, lo cual provocó el retraso del desarrollo vegetativo de las vides.
A primeros de agosto del 2018 tuvo lugar una ola de calor que duró cuatro días, batiendo el récord, diezmando en muchos casos la producción por maduraciones desequilibradas generando una gran incógnita respecto a la evolución de los vinos por las vendimias tardías.
Menos mal que no llovió tras un verano que se prolongó hasta el otoño. Las hojas tardaron en caer por lo que el ciclo vegetativo duró un mes más en relación a años anteriores.
El otoño y el invierno fueron secos.
Así, con un suelo seco, la temperatura del mismo subió con facilidad gracias a las temperaturas elevadas de finales de febrero y marzo del presente año 2019 y, como consecuencia de ello, las raíces iniciaron su actividad y la brotación tuvo lugar 15 días más tarde de lo que es habitual.
Echando cuentas, las cepas entrarán en parada vegetativa un mes más tarde de lo que es usual y brotarán 15 días antes, por lo que habrán tenido un mes y medio (45 días) de parada vegetativa (dormición).
Estarán consecuentemente, cansadas, irritables e intolerantes, cual niño chico que no puede conciliar el sueño…
Vamos a ver qué consecuencias tiene todo esto en la calidad de los vinos y en la conservación/longevidad de los viñedos…
De André Karwath aka Aka – Trabajo propio, CC BY-SA 2.5, Enlace