La eclosión de la comida doméstica ha supuesto durante la “dichosa” pandemia, unos cuatro kilos de incremento ponderal por persona desde que empezó el confinamiento a la vez que la escasez de levadura y harina en las tiendas.
Bondad, ecología, justicia social y alimentaria es lo que promueve incesantemente el movimiento Slow Food, fundado allá por el año 1986, por un grupo de prosélitos provenientes de la risueña izquierda italiana con Carlo Petrini comandando el equipo, maridando óptimamente lo culinario y lo político. Hoy, dirige la organización Paolo di Croce.
El papel central de la alimentación y de la nutrición se halla más que nunca jugando un papel protagónico en la actual crisis sanitaria y por ende alimentaria.
El hambre irrumpe cada vez con más insistencia en la vida cotidiana, la malnutrición tampoco escapa a su presencia por lo que urgen soluciones en la cercanía y en la lejanía.
Evitar la acumulación muchas veces absurda, exigir al político decisiones medioambientales adecuadas, dirigir los sistemas alimentarios hacia la sostenibilidad, incentivar la compra directa a los productores mediante mercados de agricultores aumentando la conciencia del consumidor hacia la sostenibilidad y la ecología, modificando de este modo su comportamiento.
Mediante el oportuno voto, forzar a los políticos a legislar en materia alimentaria de forma justa en el marco del New Green Deal-Farm to Fork Program.
No deben olvidarse la crisis climática ni la crisis a la que nos ha llevado la producción industrial de comida.
Slow Food propugna la comida buena organolépticamente, libre de pesticidas, a- tóxica para el medio ambiente y para todo el mundo por pura justicia social.
No se requiere producir más comida para alimentar el planeta pero si distribuirla adecuadamente. En la actualidad se produce suficiente comida para alimentar a 12.000 millones de personas (cuando somos 7.000) (Organización de Naciones Unidas-ONU). En el continente europeo se desperdicia el 40% de la comida producida. Ni que decir tiene, la existencia de la otra pandemia, la de la obesidad.
Cambiar el sistema es clave ante un sistema agroalimentario industrial no sostenible e incluso peligroso. Valorar la gran oportunidad que nos brinda la migración estructurada y ordenada no deja de ser menos importante.
También es vital el cambio de mentalidad por parte de los consumidores mediante una mejor información/educación de los mismos, so pena de que los mercados sigan engañando con sus triquiñuelas publicitarias y de marketing, claro greenwashing (viva lo local, lo artesano, lo sostenible…).
No basta con que la hostelería y la restauración en general, ofrezca comida sostenible si quien la cocina es un migrante pagado a cuatro duros y en unas condiciones laborales draconianas. Hay que pensar en lo que se come y en el valor de lo que se come, priorizando la comida y la nutrición en nuestra vida personal y familiar (somos lo que comemos).
No vale hacerse el “cool”, debemos tomar conciencia real de que el ser humano está en peligro y que son sólo unos 30 años (yo ya no los veré pero si mis hijos y mis nietos) los que nos quedan para reorientar la actual situación.