0699 SI ÁLVARO CUNQUEIRO
LEVANTARA LA CABEZA Y RAMÓN OTERO PEDRAYO LO VIERA
ÁLVARO CUNQUEIRO
Álvaro Cunqueiro Mora fue un novelista, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo español, maestro de la narrativa fantástica y especialmente valorado como autor gallego bilingüe del siglo XX.
(La diglosia (en griego antiguo: δίγλωσσος, ‘de dos lenguas’)? es la situación de convivencia de dos variedades lingüísticas en el seno de una misma población o territorio, donde uno de los idiomas tiene un dominio o preferencia (como lengua de cultura, de prestigio o de uso oficial) frente a otro, que es relegado a situaciones socialmente inferiores de la oralidad, la vida familiar y el folklore. Cuando hay tres o más lenguas, a tal situación se la denomina poliglosia o multiglosia. El dominio o preferencia de una lengua respecto de otra puede ser natural o por imposición).
Desde su fallecimiento en 1981 la industria del vino ha cambiado enormemente.
Como buen escritor, traza sobre el papel un rastro emocionante, pleno de paisajes, pensamientos y ensoñaciones que nos invitan a sentir, a reafirmarnos vitalmente. Esta expresión cultural, la literatura, una de las Bellas Artes, junto a la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, la fotografía, la danza, el cine, el cómic así como ese mal llamado “arte menor”, cual es la gastronomía, la perfumería y la artesanía hacen de nuestra vida un lugar hermoso, muy hermoso.
Álvaro Cunqueiro Mora. (Mondoñedo, Galicia, 22 de diciembre de 1911- Vigo, 28 de febrero de 1981). Escritor y cronista, gran conocedor de la gastronomía española.
BIOGRAFíA
Estudia Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago de Compostela entre 1927 y 1934. En 1929 colabora en varias revistas, como Vallibria y Galiza. Publica su primer libro de poemas, Mar ao Norde, en 1932, seguido por Poemas do si e non en 1933. Compagina esta actividad con sus colaboraciones (poemas y artículos) en otras revistas y diarios como Céltiga, Descobrimento, y El Compostelano.
Durante la Guerra Civil, y vinculado al nacionalismo conservador del Partido Galeguista, se refugia en Ortigueira, donde trabaja como profesor en el colegio Santa Marta y colabora asiduamente en el semanario de la institución. En 1938 se da de alta en el Registro General de Periodistas y comienza a ser conocido por su trabajo en castellano en las publicaciones Pueblo gallego de Vigo, La voz de España de San Sebastián, y el ABC de Madrid.
Esta actividad como periodista no supone un abandono de la poesía, ya que publica Elegías y canciones en 1940 y también sus conocidas obras de teatro Rogelia en Finisterre (1941), El caballero, la muerte y el diablo y otras dos o tres historias (1945), La balada de las damas del tiempo pasado (1945), y San Gonzalo (1945).
Desde Madrid colabora esporádicamente en revistas literarias como Finisterre y Posío y finalmente decide volver en 1946 a Galicia, donde continúa su labor intelectual y su colaboración con los principales periódicos gallegos.
En 1964 ingresa en la Real Academia Gallega con su discurso Tesouros novos e vellos, una pieza clásica de la literatura gallega contemporánea.
Como escritor se reconoce su labor con numerosos premios, entre los que destacan el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nadal, y como periodista, el afamado Premio Conde de Godó.
El día 17 de mayo de 1991 tiene lugar la celebración en su honor el día de las Letras Galegas. En la actualidad varios premios llevan su nombre, como el Premio Nacional de Periodismo Gastronómico y el Premio Álvaro Cunqueiro para Textos Teatrais.
Álvaro Cunqueiro contempló, caminó y vivió cada uno de los rincones de Galicia, trabajo gustoso, observó costumbres, relatando viajes, escribiendo artículos disfrutando de los placeres y delicias que esta tierra ofrece.
El recuerdo más remoto que poseo es el de mi suegro haciendo referencia a Carballo Calero, a Fernández del Riego, a Ramón Otero Pedrayo y a Carlos Casares en la huerta de la su casa de Aguete.
REFERENCIAS AL VINO
Intelectuales gallegos como Castelao y Bóveda, además de a los consabidos usos lúdicos, aludieron incluso al poder del vino para «construir una patria». Fue en A Nosa Terra, en 1934, donde las dos figuras del nacionalismo gallego se cebaron con los desleigados que sucumbían a modas externas. «Quen en Galicia toma aperitivos alleos, auga pintada con nomes pomposos en vez do nóso insuperable branco Ribeiro, é un inimigo da patria», decían.
Bebida de unos cuantos afortunados, el vino es tomado durante siglos en Galicia, y el historiador Xavier Castro (Cangas do Morrazo, 1954), ayudándose de ordenanzas municipales, tratados de higienistas y médicos, refraneros, obras literarias y conversaciones con taberneros, bodegueros y vecinos ha trazado una historia cultural de la bebida más exportada de la comunidad.
Un buen caldo tenía que ser tinto, espeso y con mucho color.
El consumo del hombre era público, el de la mujer, a veces a escondidas
A rosa do viño. A cultura do viño en Galicia (Galaxia) repasa los usos sociales del vino, las formas de consumo y la pertenencia de clase que implicó su consumo a lo largo de los siglos. «El blanco era para los ricos y se sacaba para las visitas», explica Castro, profesor de Historia Contemporánea en la Universidade de Santiago. El prestigio lo tenía el blanco, pero el vino del pueblo fue siempre el tinto, «espeso y con mucho color», que favorecía el crecimiento de los niños y el restablecimiento de las mujeres después del parto. Un buen caldo debía pintar la taza y dejar una rosa dibujada en la porcelana. El tinto calentaba más -«la historia de Galicia, y probablemente la de la mayor parte de la humanidad, se hizo temblando de frío»-, asegura Castro en el libro- y tradicionalmente este tipo de cepas era más numeroso.
Era tinto también el vino que se exportaba a América Latina para que los inmigrantes calmaran la nostalgia, y el que se usaba para preparar las sopas de cabalo canso. Con la filoxera, declarada calamidad pública a finales del siglo XIX, se autorizó la introducción de variedades americanas -las «damiselas neuróticas», como las apodó Otero Pedrayo-, menos sensibles.
A lo largo de la historia, el vino sirvió para casi todo, refresco, estimulante, medicamento para el cuerpo y el alma, sellando acuerdos. En todos los casos se aconseja la moderación, el «saber beber» y estaba mal visto incitar al vecino a la borrachera. «¡Ojo con la vuelta de las fiestas, que las cabezas van calientes, y cuando el vino se empeña…es tan loco!», aconsejaba Emilia Pardo Bazán a las chicas que querían conservar su buen nombre. «El consumo del hombre era público, en la taberna, pero el de la mujer se limitaba a la casa, a veces a escondidas», cuenta Castro. También beben a escondidas los niños, aunque el alcohol no solía estarles vetado. Como ejemplo, Castro evoca al niño Perucho de Los pazos de Ulloa, que se emborracha con el beneplácito de sus mayores, que miden con vino su fortaleza. En la actualidad, el inicio en el consumo de alcohol se sitúa en los 13,5 años, pero hasta bien andado el siglo XX los pequeños empezaron a beber mucho antes. La escasez limitó las adicciones: muchas familias sólo probaban el fruto de la vid en Navidad o en la fiesta del patrón; el resto del año bebían agua, o sidra en el mejor de los casos. «El alcoholismo es un invento sueco de finales del siglo XIX. Antes había simplemente viciosos», explica.
En la taberna se cerraban negocios, se deshacían matrimonios -las pacientes esposas se cansaban de esperar e iban a buscar al marido ebrio a la cantina- y se accedía a la aceptación en una comunidad nueva. Era lo que les sucedía a los hombres que se casaban con una mujer de una parroquia distinta a la suya: los vecinos de la novia, que no perdonaban la ruptura de la endogamia local, exigían una retribución en vino, que cobraban casi siempre, a pesar de que la justicia perseguía a quien imponía esta costumbre a la fuerza.
Álvaro Cunqueiro apadrinó el albariño con la calificación de «príncipe dorado de los vinos» y el Ribeiro, que «tradicionalmente representaba a Galicia», perdió la batalla de la imagen. Los cantos de taberna cesaron con la entrada de la televisión en los locales y el mercado trajo nuevas bebidas: primero, a finales del siglo XIX, el café y el chocolate, después los refrescos y la cerveza. El vino tampoco se bebe igual: ya no es muy frecuente ver a varios amigos bebiendo de la misma taza. Dice Castro que siempre había un aprovechado que se lo llevaba todo.
Ramón Otero Pedrayo y el vino
Ramón Otero Pedrayo, nació en Ourense el 5 de marzo de 1888. Muere en la misma ciudad el 10 de abril de 1976. Geógrafo, profesor, escritor, político e intelectual gallego, miembro de la Xeración Nós, ingresó en las Irmandades da Fala en 1918. Responsable del área de Geografía del Seminario de Estudios Gallegos y diputado por el partido galleguista en las Cortes Constituyentes republicanas. Trabajó en la aprobación del Estatuto de Autonomía de Galicia en 1936. Fiel a la causa galleguista durante la Guerra Civil. Miembro de la Real Academia Gallega, presidió la Editorial Galaxia. Participó en el Instituto de Estudios Galegos Padre Sarmiento. Autor de una amplia narrativa, ensayística y dramática. La Fundación Otero Pedrayo y la Fundación Penzol conservan su biblioteca y archivo. En el año 1988 le fue dedicado el Día das Letras Galegas.
En el ámbito de la restauración dejó su profunda huella en muchas de sus obras, destacando la que con Carlos Casares, escribieron al alimón, Cultura do Viño e Literatura.
Homenajes a la memoria de ambos hacen honor a su sabiduría cuyo alcance va más allá de las artes del buen comer y beber, con un estilo literario sencillo y cercano, son grandes normalizadores de la lengua escrita, llegando a un público amplio, escribiendo sobre lo que vivían.
Pero si levantaran la cabeza ¿qué dirían? viendo el momento actual en que:
El nivel cultural del vino está hoy mejor que nunca: va siendo notorio que el vino es también un arte a pesar de que su consumo se ha venido abajo. En los años 80 del siglo pasado, se bebían 60 litros per cápita, hoy, la cantidad es de unos 20 litros anuales (en Francia las cifras eran para las mismas fechas, de 100 litros anuales, y, hoy en día tan apenas alcanzan los 30 litros por año). El vino, prácticamente ha desaparecido de las comidas del diario, reservándose para ocasiones especiales y significadas.
¿Dónde se halla el problema?, pues, lógicamente, en saber si es factible y “saludable”, o no, que, una persona normal puede beber tres cuartos de litro de vino diarios (75 cl). La solución viable, es la que pasa por que el vino sea “pequeño”, de baja graduación, como en todos los países en los que el vino se bebe en la mesa, que no sea dulce y se presente con un aire ligero, gracioso y alegre. Vinos ligeros y con poco alcohol, tal y como decía el maravilloso y compartido Josep Pla, pese a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS-WHO), que recomienda, como máximo, dos copas diarias para los hombres y una para las féminas.
Si bien hay que aclarar que desde 1990 y el años 2000 se han bebido vinos con enorme graduación, “vinos gruesos”, de un perfil inadaptado para la naturaleza humana, tendencia que en la actualidad está cambiando indefectiblemente hacia los “vinos pequeños” puesto que son más gastronómicos, ligeros y con poco alcohol.
Cuestión aparte es, si es posible lograr vinos “graciosos”, estructurados y redondos, requisitos imprescindibles que deben reunir los vinos de mesa de todos los días. La tecnología actual permite a las bodegas elaborar vinos de gran calidad y surtir adecuadamente las mesas. De hecho aquellos vinos de pueblo, elaborados en casas particulares y en condiciones inadecuadas han desaparecido en la mayor parte de las bodegas caseras, no así en nuestra Galicia, en las que si se siguen elaborando vinos cuyas esencias se esconden en botellas con corchos de un sólo uso (antiguamente era frecuente la reutilización con el riesgo consabido de pérdida de calidad del vino).
Releyendo a Josep Pla, recuerda de sus estancias en el extranjero, que “los mejores son los Borgoña, Musigny, Richebourg, Gevrey-Chambertin, Volnay, Romanée y Pommard. Los Chablis blancos, helados, no tienen, a mi entender, rival posible. Los vinos del Rin son maravillosos, fríos, para evitar su tendencia al dulzor y a la fruta excesiva.
Si, efectivamente, levantara la cabeza junto a sus coetáneos gallegos,habría que añadir a los anteriores, los de Napa Valley y los del Swartland sudafricano, sin olvidar la fragancia del sauvignon blanc de Nueva Zelanda, que les haría recordar a los excelentes vinos de Touraine, volvería a decir que: “hacer buen vino hace buena gente”, como todos ellos…