A pesar de lo que se pueda pensar, el champagne mejora con el paso del tiempo, conservando su indómita juventud aún a pesar del envejecimiento.
El champagne parece ser víctima de un enorme malentendido. A diferencia de los grandes vinos de la Borgoña, de Burdeos, de la Rioja, de la Ribera del Duero o de otros excelentes vinos, los aficionados al mundo del vino no los dedican a la guarda tras comprarlos, sino que a los días o semanas de haberlos adquirido, las descorchan y beben sin dejar que se beneficien del paso del tiempo, un consumo precoz que no es otra cosa que el de flirtear con un infanticidio.
La magia de las viejas botellas
Cada vez existen más aficionados al vino que regalan ocasionalmente viejas botellas con etiquetas marchitas por el paso del tiempo. Estos viejos champagnes tienen un sabor especial parecido al de un vino licoroso y que un neófito puede rechazar a pesar de tratarse de unas grandes parejas gastronómicas, en las que la burbuja se halla intacta y el vino también confinado, un auténtico milagro.
Les Diamants bleus, les Grandes Dames y el Dom Perignon de los años 60 y 70 del siglo pasado están, a día de hoy, fabulosos al beberlos.
El Krug 1928 se halla en la cúspide de los vinos, al decir de mi amigo Toni que tuvo la oportunidad de saborearlo.
Es en los países escandinavos y en el Reino Unido, regiones con cultura de toma de vinos evolucionados, en dónde radica la mayor clientela, capaz de desembolsar auténticas fortunas para adquirir botellas de prestigio, tal como el Magnum de Salon 64, vendido en 5.000€ en Epernay.
Pero todavía es posible poder disfrutar de ellos a precios asequibles y razonables, como es el caso de una botella de Laurent Perrier 1934 por unos 210€, un Pol Roger de 1949 por 380€ e incluso un Dom Ruinart Rosé 81 por 85€.
Las propias maisons luchan contra los prejuicios respecto al champagne envejecido organizando catas verticales para medir la capacidad de evolución de las grandes cuvées. Por ejemplo Perrier-Jouët la organiza pudiendo remontarse hasta el año 1825.
Hace ya algunos años en una cata realizada por Bollinger con 22 de los 27 millésimes producidos entre 1950 y el 2000, se constató que los vinos jóvenes no alcanzaban en finura y elegancia a las cuvées más antiguas, fue como hallarse en otra dimensión, con dos planetas diferentes, uno, el de la temporalidad de la botella y, otro, el del contenido, en el que el vino quedó anclado en el tiempo, con su evolución natural, sin duda, una segunda juventud para una vieille dame.
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Champán en copa tradicional de vino. Algunos especialistas aconsejan la copa tradicional de vino -tipo sirah- ya que su altura evita la desaparición rápida de aromas y su anchura facilita la aireación, oxigenación u oxidación, que amplía los matices y abre el vino. Si la copa es muy alta se recomienda que sea en forma de tulipa para permitir la evolución de las burbujas de CO2 y la apertura de aromas. Se desaconseja la copa plana y ancha tipo pompadour, ya que su gran boca facilita la pérdida de burbujas y aromas, calentándose además el champán, con rapidez.