Miscelánea

MEDICINA DE GÉNERO

Es cierto que el papel de la familia y la pareja en la prestación de apoyo y seguridad al individuo ha ido debilitándose progresivamente en las últimas décadas. Estas han sido sustituidas en numerosas ocasiones por la seguridad lograda en el ámbito laboral. Aún así no se puede negar que la familia y la pareja desempeñan un papel central en la construcción de la red de apoyo que ayuda a las personas a gestionar los problemas cotidianos. Pero, de la misma manera que familia y pareja pueden ser un factor protector cuando funcionan adecuadamente, su disfunción suele repercutir gravemente en la relación familiar y de pareja en la estabilidad emocional del individuo.

Algunos de los problemas de mayor gravedad derivados de la relación familiar y de pareja influyen directamente en la salud, comunicación y reparto de funciones entre trabajo y familia, y cambios en el entorno familiar inmediato.

Los problemas crónicos de la salud de un familiar cercano pueden obligar a un miembro del entorno familiar a sumar el papel de cuidador al resto de las funciones que ya estaba desempeñando. También pueden desencadenar el denominado “síndrome del cuidador”. Este conlleva trastornos ansioso-depresivos derivados si la situación de estrés sostenido no se alivia mediante estrategias de distribución/reparto de responsabilidades. También de vacaciones del cuidador que no suelen tener lugar en la mayor parte de los casos.

Este tipo de problemas es usual entre personas que tienen familiares con algún tipo de discapacidad física o mental que les impide o limita su autonomía personal.

La enfermedad sufrida por un miembro de la familia corre el riesgo de afectar a prácticamente todos los miembros de ésta, especialmente al cuidador. Este observa como su propia autonomía se relega a un segundo lugar. Se trata de uno de los grandes temas pendientes de una “sociedad de bienestar”. La nuestra, la española con cerca de 800.000-900.000 personas que reciben prestaciones por incapacidad permanente. Sólo el 30% de las familias que están al cuidado de un enfermo crónico recibe algún tipo de ayuda que facilite esta labor. El 70% restante presta esta atención sin ningún tipo de apoyo. Se quedan expuestos a aquejar lo que se da en llamar “enfermero enfermo”. Este tiene a la ansiedad y depresión como compañeros.

Siete de cada diez personas sobre las que recae la responsabilidad de cuidar a un familiar enfermo son mujeres . La mayoría son esposas o hijas del enfermo, con una edad media de 57 a 60 años. Cabe destacar que una importante proporción (25%) es mayor de 65 años. Aproximadamente el 20% de los cuidadores tiene, además, bajo su responsabilidad a una persona menor de 18 años a su cargo. Cerca del 10% ha tenido que abandonar el trabajo para cuidar a su familiar.

El síndrome del cuidador se caracteriza por una respuesta inadecuada a una situación muy exigente desde un punto de vista emocional y físico. Esto se traduce en agotamiento físico y psicológico.

Tres son las fases que de forma clásica se distinguen en este síndrome más una cuarta de resolución:

  • Fatiga física y mental: Caracterizada por molestias derivadas del sobre esfuerzo físico y mental, muchas veces sin ayuda alguna para cuidar al enfermo. La angustia por la percepción de pérdida de espacio propio y de no disponer de tiempo libre. En muchas ocasiones, la familia concentra el papel de cuidador en un individuo concreto. Suele darse por razones tan tradicionales y discutibles como “es ama de casa y, por tanto, tiene más tiempo libre”. En otros casos, la demostración a si mismo y a los demás de la capacidad de afrontamiento puede llevar al afectado a no solicitar ayuda y desembocar en fatiga física y mental. También en el descenso de la calidad del cuidado prestado. La duración de esta fase es variable y, depende de la capacidad de respuesta del propio organismo.
  • Malestar afectivo. Con sensación de falta de apoyo y soledad en el cuidado de la persona. El cuidador puede percibir carencia afectiva y de falta de comprensión por parte del resto de las personas del entorno familiar. Pudiendo tratarse de una percepción subjetiva del individuo, procediendo en su mayor parte de una situación real. Esta percepción de falta de apoyo y reconocimiento puede ampliarse al paciente cuidado. Esto puede perjudicar la relación entre cuidador y enfermo.
  • Disfunción. En la que el cuidador comienza a sufrir las consecuencias físicas y psíquicas de la situación de estrés sostenido. Es frecuente la aparición de síntomas ansioso-depresivos, fatiga crónica, sobrecargas osteomusculares, úlceras gástricas, cefaleas tensionales e insomnio. Puede tener lugar un distanciamiento respecto al enfermo y un conflicto interior en forma de autorreproche y culpabilidad. Este se debe al sentimiento de “lejanía afectiva” que puede aparecer hacia el enfermo. Paradójicamente, esto agrava la depresión aumentando el distanciamiento.
  • Resolución. Esta fase se inicia cuando el paciente cuidado fallece o deja de requerir cuidados. En algunas ocasiones, el cuidador pierde su función bien por la aparición de un cuidador profesional o porque el enfermo es ingresado institucionalmente. Ello también genera sensación de vacío e inutilidad con tiempo para rellenar, culpa y sin motivos para seguir viviendo. La depresión amenaza sin llanto ni pena pudiendo pasar inadvertida.

Consejos:

  • Dedicar un tiempo suficiente y diario al descanso.
  • Si usted enferma la situación se agrava.
  • Evitar el consumo de alcohol y estimulantes. También evitar la toma de ansiolíticos sin prescripción médica.
  • Evitar el aislamiento social. El cuidador debe seguir con su vida social en la medida de lo posible. Valorar la posibilidad de utilizar grupos de apoyo para familiares de enfermos, en casos muy concretos (Alzheimer, esquizofrenia, alcoholismo, esclerosis múltiple, etc.).
  • No culpabilizarse por pasar buenos momentos. Su bienestar repercutirá directamente sobre el bienestar del enfermo.
  • Reservar un espacio y un tiempo a la semana que sea sólo para el ocio del cuidador.
  • Enfrentarse a la sintomatología psiquiátrica (depresión, ansiedad, insomnio) que puedan aparecer.

Problemas de comunicación y funciones:

La estructura familiar actual no propicia la comunicación entre sus integrantes; se habla poco y mal.

Algunos conflictos familiares tienen lugar porque cada miembro familiar exige irracionalmente que el otro tenga un comportamiento como él o ella piensa que debe. Tampoco se valoran los deseos ajenos. Este tipo de posicionamiento egocéntrico es el telón de fondo de la mayoría de conflictos de pareja.

Las expectativas poco realistas que los integrantes de la pareja tienden a tener, no sólo de sí mismos y de los demás, sino también acerca de la relación, es la causa principal de la mayoría de los conflictos conyugales. Nuestro lenguaje interior está sazonado por los “debería” y los “tendría”. Como consecuencia nos situamos en una posición beligerante frente al resto de los miembros del núcleo familiar o la pareja. Sin embargo oraciones desiderativas del tipo “sería fantástico que “o me gustaría que”, mucho más constructivas y facilitadoras nos serían de mayor provecho.

La “extrapunición” – la culpa es siempre del otro- aunque forma parte de un estilo cognitivo protector contra la depresión según muchas teorías psicológicas, no es la mejor estrategia para un buen entendimiento con el otro. Usar la culpa como un arma arrojadiza es el modo más eficaz de perpetuar los conflictos familiares y conyugales. Tanto es así que la mayoría de los miembros de una pareja o una familia raras veces discuten sus propias opiniones o ejercen su capacidad de autocrítica. La atmósfera que puede crearse en los ambientes familiares que se rigen por este funcionamiento propicia cuadros ansioso-depresivos en el miembro social y genéticamente más vulnerable, que en muchas ocasiones es la mujer.

Estilos relacionales patógenos

  • Extrapunición.
  • Egocentrismo.
  • Falta de autocrítica.
  • Expectativa sobrevalorada de cambio.
  • Falta de definición de reglas, funciones y espacios.
  • Escasa comunicación.
  • Conversaciones centradas en la suma de dos monólogos.

Desde un punto de vista de manejo psicológico, una buena estrategia para hacer frente a esta fuente de conflictos sería, por un lado, un trabajo -nada fácil ciertamente- de comunicación familiar consistente en la explicitación de cada miembro del grupo acerca de las expectativas que tiene hacia los otros. Este ejercicio suscita grandes resistencias a los familiares. Estos suelen excusarse con frases del tipo «si ya sabemos lo que va a salir, lo hemos discutido cientos de veces». Lo cierto es que esto no ha sucedido muy a menudo.

Suele ofrecer resultados sorprendentes que, convenientemente manejados, pueden mejorar mucho la convivencia familiar. Pero este trabajo no siempre es posible. Algo mucho más sencillo es definir de forma muy explícita el conjunto de reglas del entorno familiar que servirán para distribuir todo tipo de recursos. El dinero, el espacio físico personal, la jerarquía, los papeles y las funciones de cada miembro, etc. La certeza siempre es menos estresante que la incertidumbre. Incluso cuando esa certeza es acerca de algo que, en principio, nos perjudica.

Existen diferencias marcadas entre hombres y mujeres en relación a los síntomas, características, tratamientos de diversas enfermedades. También en la forma en cómo enferman ambos, según un estudio publicado por Giovanella Baggio y su equipo de investigadores de la Universidad de Padua (Italia).Este se llama “Gender Medicine: a task for the third millennieum”, (Medicina de Género: una tarea para el tercer milenio). Indica también que, la investigación médica realizada en los últimos treinta años se enfocó casi exclusivamente al paciente masculino. Según la doctora Baggio, el estudio de la salud de la mujer se ha centrado sólo en el aparato reproductivo .

Está afectado por lo que se ha dado en llamar “El síndrome del bikini”, es decir, solamente se han estudiado de forma específica las enfermedades asociadas al aparato reproductor femenino. Cáncer de mama, útero y ovario. Durante los últimos 10 años, comenta la doctora Baggio (en youtube), se ha descubierto que la mujer necesita de recursos diagnósticos y terapéuticos diferenciados del hombre.

Existen al menos cinco campos en los que hay importantes diferencias de género: enfermedades cardiovasculares, cáncer, afecciones hepáticas, osteoporosis y farmacología.

  • Enfermedades cardiovasculares: habitualmente vistas como enfermedades masculinas, tienen síntomas, características y tratamiento diferentes en hombres y en mujeres. Si en los hombres los síntomas de un ataque cardíaco son opresión en el pecho y dolor en el brazo izquierdo, en las mujeres los síntomas habituales son las náuseas y dolor en el bajo vientre. Los ataques cardíacos son más graves y complicados en mujeres. Cuando éstas se quejan de estos síntomas no suelen someterse a las pruebas habituales para comprobar si han sufrido infarto. Finalmente esto aumenta la mortalidad.
  • Cáncer de colon: es el segundo cáncer más común en hombres y mujeres. Estas últimas suelen padecerlo en etapas más tardías de la vida, y tienen una localización distinta a la de los hombres. También responden mejor a los tratamientos de quimioterapia estándar. El género también es importante a la hora de determinar la respuesta a la quimioterapia contra diversos tipos de tumores. Estre ellos están los de colon, pulmón o piel.
    Respecto a la enfermedad inflamatoria intestinal, cabe decir que en la mujer como proceso autoinmune, es más frecuente. También es susceptible de tratamientos enormemente caros (fármacos biológicos e inmunosupresores). Muchas veces estos tienen prescripción limitada lo cual también afecta a la mujer.
  • Cirrosis biliar primaria: afección hepática que afecta sobre todo a las mujeres. La hepatitis C crónica, la genética y los niveles hormonales diferenciados de las mujeres son un factor de riesgo de primer orden. Aplicable también a la osteoporosis, afección vista como esencialmente femenina y que en los hombres no es diagnosticada a tiempo.
  • Farmacología, farmacocinética y en farmacodinamia. Aquí también han sido demostradas diferencias de género.
    Por todo ello y antes de desarrollar nuevos fármacos, además de administrar medicación de forma segura y efectiva debe tenerse en cuenta el género del paciente. Esto incluye la dosificación y duración del tratamiento.
    Son necesarias investigaciones y estudios exhaustivos de las diferencias de género de las enfermedades con el objeto de eliminar desigualdades en el tratamiento de las mismas .
    La Medicina de Género prevé líneas de investigación que debe bifurcarse. Existirían diversas formas de practicar la medicina en función del género. Existe también la necesidad de cambiar la organización de la sanidad.

También hemos de considerar, finalmente, el contexto familiar, en el que esta práctica tiene lugar.

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