Trabajar el silencio interior para escuchar a los demás es clave en la urdimbre social. En los silencios se concentran más significados que en lo que se pueda decir. Hablar y escuchar las grandes experiencias vitales, el gran maridaje relacional.
En el modelo social que nos toca vivir en el que la persona habladora suele presentarse como triunfante y victoriosa antes que el que hace gala de su reserva pero sin ser por ello más virtuosa que el que expresa su inteligencia social y emocional mediante el arte de escuchar como principal habilidad.
Oír y escuchar, cuestión de matiz.
Ser consciente de aquello que nos cuentan y prestar atención, evitando distracciones (el ruido de fondo), estacionar nuestros sentimientos escuchando al otro con objetividad, dejando aparte nuestras ideas irracionales y prejuicios habituales, conscientes o no, implica educarnos en la escucha activa, soslayando a la impertinente tecnología, mediante una adecuada preescucha, en que desde etapas precoces debe incentivarse la capacidad de escucha y así poder autoevaluar nuestras dificultades a la hora de escuchar, cuestión que exige tiempo puesto que la comprensión es lenta, dado que obliga a descifrar el código que acompaña a lo gestual y no solo a entender las palabras.
El silencio no es un acto pasivo, sino una demostración activa de su uso.
El silencio intencional tiene lugar cuando la omisión del sonido guarda un sentimiento concreto (es intencionado), el silencio receptivo, aquel que tiene lugar cuando el receptor escucha atentamente al emisor y el silencio casual inintencional y no buscado, son los tres tipos de silencio que desarrollan su papel en el juego de la comunicación.
Esa inacción tensa que algunos asocian al silencio a modo de hueco que obligadamente hay que rellenar y cuyo afrontamiento pudiera resultar una experiencia incómoda.
El silencio como antídoto de la dispersión mental en la vida actual
El silencio interior que hay que cultivar y que muchas veces no sabemos hacerlo, pese a ser crucial para lograr climas armónicos más allá de obediencias obligadas, que no debiera entender de disciplinas al uso.
El silencio proporciona sosiego mental para afrontar este mundo disperso en el que solemos navegar con riesgo de zozobra.
Y, como casi siempre, existe un libro: La importancia de la escucha y el silencio, de Alberto Álvarez Calero, de Amat Editorial, compositor, director de orquesta, licenciado en Geografía e Historia, doctor por la Universidad de Sevilla y Profesor Titular del Departamento de Educación Artística de la misma.
16,10€ en La Casa del Libro.
Nos queda la palabra
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrarmelos,
me queda la palabra.
Luis Castellanos García, filósofo, pensador, conferenciante y divulgador del lenguaje positivo invita a tomar conciencia de nuestras palabras para construir el lenguaje de la sabiduría, la amabilidad y la compasión.
Las palabras son la unidad básica para construir un resultado en la vida y para configurar nuestra integridad personal así como el valor que nos damos a nosotros mismos y a los demás.
En este momento en que la única certeza es la incertidumbre propia de la pandemia, las tres palabras que revolucionan a diario determinados corazones son: Si, silencio y paz.
El sí, mueve a colaborar, aumentando la creatividad y abriendo la mente mientras que el no cierra puertas y aumenta distancias. Y siempre el sí incondicional, sin ponerle peros…
El maridaje al que nos invita Luis Castellanos es precisamente el del silencio del que hablábamos antes, esa capacidad de escuchar a otros, la capacidad de hallar las palabras que construyen resultados y la capacidad de desear y soñar.
Este coupage del que nos hace partícipes, este buen pensador lo completa con su tercera palabra, con un tercer objeto material de culto, la paz, ese camino de armonía con la pregunta cotidiana de ¿qué puedo hacer yo para aportar un poco de paz cada día para mí y para los demás?
El encuentro al levantar el día, con el silencio, con el sí y con la paz, diciendo así: “el silencio abre mi corazón, el sí me abre a otros y la paz me abre al sentido de la vida”.
En nuestra mano está el elegir la palabra, habitarla y darle vida, la palabra como esa aventura fascinante, diminuta, del pequeño mundo eligiendo así, la aventura que deseamos vivir.
De ahí la importancia, en estos momentos difíciles, de escoger palabras que iluminen, que nos hagan pensar en el futuro con optimismo y que nos hagan ver y no sumirnos en la oscuridad de la angustia y de los miedos.
“ Las palabras tienen el oficio invisible de llevarnos a nuestros sueños”.
SAWUBONA
Una palabra de enorme relevancia pese a no parecerlo es ese “hola” cotidiano, sin pensarlo mucho, sin tan apenas darle valor, cuasi maquinal. El hola al que hace referencia Luis Castellanos es el que hace referencia esta palabra zulú, sawubona, cuyo significado es te veo, saludo semejante a nuestro hola pero con una intencionalidad mucho más rica, en una forma de “traer” a esa persona a la que saludas a la propia existencia de uno mismo, la ves y la aprecias, es decir un hola sentido y habitado…
Cuando nos digan que somos un zulú, yo lo tomaría como un halago.
Sería deseable que no cayera en saco roto esta invitación a tomar conciencia de nuestras palabras para construir el lenguaje de la sabiduría, la amabilidad y la compasión y así, configurar nuestra integridad personal y el valor que nos damos a nosotros y a los demás.
Rústica con solapas 16,95€. eBook 4,49€.