LA CASTANYADA

De Angel Torres – originally posted to Flickr as Castañas Quentiñas, CC BY 2.0, Enlace

El sábado pasado mi hijo Xavier me comentó que si salíamos a pasear por la tarde podríamos comprar y compartir una papelina de castañas y, fue que no, no por otra cuestión sino por qué no hubo oportunidad para satisfacer la apetencia, pronto será. A su vez me indicó la oportunidad de realizar un artículo al respecto y de ahí lo que vais a leer.
Siendo niño, desde hace más bien mucho, mucho tiempo, mi padre solía comprar castañas con las que calentaba las manos, el estómago, el gusto y el placer. También (serán cosas de la edad, de la memoria retrógrada, entiéndase bien), recuerdo la llamada castanyada que se celebraba en Cataluña, el día de Todos los Santos, campando la inocencia y la amistad en su plena expresión. Pero, mira por donde, nos han traído el Halloween por estos arrabales, con sus calabazas con pegatina, como las venden en algunas grandes superficies por mor de la invasión multinacional y de la globalización popular.
En esas fechas mi madre asaba boniatos y castañas, también compraba los excelsos panellets* de multisabores y multicolores, realzando el imaginario infantil, sin disfraces de por medio. Con un aroma otoñal, que me evoca lo mejor de un tiempo que sigue permaneciendo en mi.
*En otros lugares de España los llaman empiñonados.

El origen del día de difuntos (para otros, de todos los muertos), se halla en la fiesta funeraria que nuestros antepasados tenían a gala celebrar, por haber logrado alcanzar la cuarentena. Nació la fiesta en las postrimerías del siglo XVIII, en que la feligresía rezaba el Santo Rosario el Día de los Difuntos, a la par que se asaban las castañas con el soniquete de: “Padre Santo, Dios Eterno y Todopoderoso, te pedimos por (el nombre del difunto en cuestión), que llamaste de este mundo. Dale la felicidad, la luz y la paz”.
A veces, algunas veces, los familiares competían para ver quién hacía los mejores panellets…