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¿CÓMO EXPLICAMOS LA IMPUNTUALIDAD?

El desafío que para algunos representa ser puntual. La impuntualidad, para alguno de nosotros se halla profundamente arraigada en nuestros hábitos, hoy, desde decataencata.com exploramos las razones de este comportamiento.

Esos retrasos, que se han vuelto crónicos, los definen por completo y exasperan a quienes los rodean. Este último incluso logra adaptarse, adelantando el horario de una cita en 30 minutos para garantizar una presencia oportuna, por ejemplo. Solo que la historia no sería tan seria si el hábito no tuviera consecuencias colaterales. ¿Cómo se explican estos retrasos inmutables? ¿Qué podría estar pasando por estas mentes? ¿Debemos detectar un signo de inconsistencia? ¿Falta de respeto hacia la persona que espera?

La impuntualidad, un hábito cristalizado

La causa de la falta de puntualidad es a veces el entorno en el que está inmersa la persona. Un entorno que nunca le ha animado realmente a llegar a tiempo, por ejemplo: para algunos, llegar tarde es un hábito familiar, rara vez notado o incluso considerado como «normal». «Si la familia no sanciona las consecuencias de esta falta de puntualidad, el hábito cristaliza con el tiempo y se convierte en rutina», comenta Noémie du Chalard, psicóloga clínica. Nuestras esferas culturales y sociales también pueden a veces legitimar el atraso, tolerando o incluso valorándose. Prueba de ello es el caso de una cena o velada con amigos donde, en Francia, es costumbre no llegar precisamente a la hora indicada.
Entre los eternos rezagados, también encontramos a las víctimas de un estilo de vida desorganizado. «Tienen dificultades para administrar su tiempo adecuadamente y a menudo se ven abrumados por los acontecimientos», dice la psicóloga. Esta falta de rigor observada en ese momento puede deberse a un déficit de atención». El hábito también puede ser la consecuencia de un optimismo desbordante. Algunas personas conocen a estas personas por la noción muy particular del tiempo: subestiman el tiempo requerido por una tarea, una actividad o un viaje… «El descuido y la ligereza de muchos optimistas pueden explicar los retrasos crónicos, ya que para algunos no tiene consecuencias, todo va bien».

¿Acaso la impuntualidad significa un toque de individualismo?

La tendencia a llegar tarde crónicamente también puede ser simplemente una cuestión de personalidad. Y en algunos, podemos encontrar rasgos narcisistas. La especialista señala: «sentirse -inconscientemente o no- más importante que la otra persona hasta el punto de apropiarse del tiempo, a modo de una forma de dominarla». En otros, se identifica el individualismo. Las personas egocéntricas «no tienen en cuenta la sensación de prisa que puede invadir a la otra persona o el hecho de que su tiempo es precioso. Están imbuidos del deseo de ‘convertirse en los aventureros de su tiempo’, de gestionarlo como mejor les parezca, de manera unilateral», dice Noémie du Chalard.
La falta de confianza en uno mismo también puede justificar el retraso. Aclaraciones: cuando no piensas mucho en ti mismo, consideras que «nunca estás a la altura». Para confirmar esta creencia negativa, algunos se sabotean a sí mismos con la falta de puntualidad. En otros casos, llegar tarde permite que la persona esté tranquila sobre la atención que se le está brindando. «¿Me amará a pesar de todo? ¿Seguirá queriendo verme, mostrando interés en mí aunque llegue tarde?», son todas preguntas que un retraso crónico puede ocultar.
Sentirse – inconscientemente o no – más importante que la otra persona, hasta el punto de apropiarse del tiempo de espera viene a ser una forma de dominio. Por último, el retraso puede reflejar simplemente una falta de deseo. El comportamiento actúa entonces como rebelión: “desafiamos al otro resistiendo pasivamente la situación perturbadora”. Para otros, la ansiedad se apodera de ellos. El miedo al evento que se avecina nos empuja entonces a “procrastinar”: “pensamos que estamos ganando tiempo, en realidad, solo estamos posponiendo hasta el último momento”, como un escape en respuesta a la ansiedad, concluye la psicóloga.

La fotografía

Bailarín Daniel Durrett. Liza Voll

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