El chocolate es el néctar o ambrosía, el verdadero alimento de los dioses (Joseph Bachot). Para disfrutarlo, después de todo, ¿si los dioses se lo permitían, porque no, nosotros? Y, qué mejor que asociar al chocolate, un buen vino. La unión de Dionisos y de Baco, no está mal.
Hoy os presentamos tres delicias chocolateras que serán acompañadas, cada una de ellas, con su respectiva concentración en cacao, con un vino adecuado.
Chocolate negro
Efectivamente, el chocolate y el vino tinto tienen un punto en común esencial: los taninos, que se hallan a la vez en el hollejo de la uva y en la haba del cacao. Si para ti, el chocolate que te gusta es el que contiene un 90% de cacao, como mínimo, deberás acompañarlo con un vino suficientemente tánico para equilibrar la potencia del cacao. Y, si estamos en Francia, le irán como anillo al dedo, un madiran o un Gigondas. En nuestro suelo patrio, una garnacha del Campo de Cariñena o del Campo de Borja, sin olvidar los Jumillas.
Postre de chocolate
Si nos queda un poco de vino en la copa, nada mejor que acompañarlo con un queso de Arzúa. Pero nada mejor para rubricar el plato que tomar un fondant de chocolate, y, para que la experiencia sea inolvidable, os aconsejamos un vino dulce natural. Si nos hallamos en terroir vecino, la cosecha Aimée Cazes de 1978 es sublime y una bendición para el postre, pues su dulzor es excepcional, con aromas maravillosos a nuez, especias como la canela que ensalzan el cuerpo del chocolate. En suelo patrio, ese Jerez que nos espera con los brazos abiertos, Oloroso Solera 1842, de Valdespino, Bodega José Estévez, con palomino y Pedro Ximénez, vino generoso, excelso, auténtico perfume, grandioso en nariz con frutos secos, torrefactos, especias, uvas pasas y una boca de fábula, de eterno final que con un marrón glacé puedes otear el cielo. Con nuestros vecinos del oeste, un Bacalhôa Moscatel Roxo de Setúbal 2002, también para llorar, de placer…
Chocolate blanco
Os proponemos degustar con un vino seco y ácido con el objeto de equilibrar el dulzor de este chocolate desprovisto de taninos, como un pinot gris o blanco de la Alsacia, y en la Península Ibérica con un Clave de Sol de Cariñena o con un Quevedo Claudias Reserve White 2015, moito portugués.
Y nada más, a saborear, siempre con tiento.