El final del estado de alarma coincidió, el pasado 21 de junio con el inicio del verano. Se acercan nuevos tiempos para todos. Algunos han bautizado estos nuevos tiempos con el oxímoron nueva normalidad, porque si es algo nuevo no es normal. Una de tantas contradictio in terminis asumidas con total naturalidad.
¿Qué podemos esperar de la etapa que se abre? En primer lugar, precaución. Tenemos que aprender a vivir y relacionarnos teniendo en cuenta al conjunto de la sociedad. No queremos que regrese ese maldito virus con corona que ha reinado a sus anchas durante las semanas más largas de nuestras vidas. El virus sigue entre nosotros, pero ya no es el principal causante de ingresos hospitalarios y de muerte. En otras latitudes, sin embargo, es ahora cuando el COVID-19 está causando mayores estragos. En poco tiempo se llegará a los 10 millones de casos en todo el mundo y a medio millón de muertos. La pandemia está siendo ahora especialmente letal en algunos países latinoamericanos, en India o en Sudáfrica; y muchos de estos países tienen sistemas sanitarios infinitamente más precarios que los europeos. Tenemos que aprender a vivir y relacionarnos teniendo en cuenta al conjunto de la sociedad, decíamos, pero no sólo a la sociedad española o europea. Estamos ante la mayor amenaza para el ser humano en muchas décadas y tenemos que vivir pensando en el conjunto de la humanidad.
Precaución y tranquilidad. El miedo al virus ha paralizado muchas vidas, no sólo desde el punto de vista laboral, sino también en lo personal y en la relación con el entorno. Muchos ciudadanos han vivido con pavor las fases de la desescalada y, ahora que ha caído el estado de alarma, continúan encerrados en sus casas, con el miedo al contagio. A la precaución hay que añadir ciertas dosis de tranquilidad: en el momento epidemiológico actual, si se respetan las medidas de distancia social y de higiene, se pueden retomar la mayor parte de las actividades que todos realizamos..
Precaución, tranquilidad y salud. Deseamos salud para la nueva etapa porque es importante recobrar la salud mental, minada en tantos ciudadanos, empezando por los médicos y sanitarios. Se han descrito los efectos del confinamiento y de la realidad alterada vivida (miedos, ruptura social, cambio de rutinas, etcétera) en enfermos mentales, niños y adolescentes. Los sanitarios, por su parte, se han tenido que enfrentar a la parte más dura de la crisis. La han tenido que manejar como han podido y sin recursos en centros de salud, residencias y hospitales. Es verdad que recibían el apoyo y los aplausos de muchos, pero son humanos y tienen debilidades. Como consecuencia, se están describiendo cuadros de estrés postraumático en muchos médicos y sanitarios. El trastorno de estrés postraumático lo desarrollan personas que han experimentado un evento traumático, especialmente si carecían de recursos o de apoyos para responder ante dicho evento, como ocurre con las guerras, los accidentes o los desastres naturales.
Lo vivido por los sanitarios desde mediados del mes de marzo hasta la mitad del mes de abril tiene aspectos comunes con lo que viven los médicos en las guerras, ante un accidente o un desastre natural. Muchos de ellos están pagando ahora las consecuencias de haberse enfrentado a la epidemia; y esto resulta especialmente duro cuando aparecen las miserias de una parte de la sociedad, la que echa la culpa de lo sucedido a los médicos: “aplausos a las 8 de la tarde y a los tribunales a las 8 de la mañana”. Os deseamos mucha salud para los nuevos tiempos, que recuperes las ganas de vivir y de ser médico. La Medicina es la profesión más bonita del mundo. Y si el SARS-CoV-2 no ha conseguido socavar la vocación, menos aún debe hacerlo la incomprensión de unos pocos.
Precaución, tranquilidad, salud y … felicidad. Es imposible definir la felicidad o saber de qué depende. Y es que existen casi tantas definiciones de felicidad como seres humanos. Mientras que algunos la basan en realizar determinadas actividades otros, para ser felices, necesitan una vida sosegada; para algunas personas la felicidad depende de su pareja e hijos; y al mismo tiempo hay muchos solteros y solteras que llevan una vida plena y que no añoran tener su familia. Es imposible definir la felicidad, decíamos, pero todos sabemos identificarla. Sabemos cuándo somos felices y, sobre todo, cuándo no lo somos. Los médicos perseguimos la felicidad por nuestra doble vertiente de seres humanos y de médicos. Desde los clásicos griegos se argumenta que el principal objetivo de la vida humana, de nuestras vidas, es la felicidad. Eso que todos podemos identificar y que nadie sabe definir. La medicina, por su parte, también busca la felicidad de los seres humanos, porque la enfermedad nos coloca al borde de la desdicha.
Platón, en labios de Sócrates, lo expresaba así: “Que no hay nada más agradable que estar sano, aun cuando antes de enfermarse no habían advertido que eso era grato”. Su discípulo predilecto, Aristóteles, convirtió la búsqueda de la felicidad en el centro de su filosofía, por lo que la medicina era una actividad primordial. El vínculo entre felicidad y medicina no es exclusivo de los griegos, y persiste hasta nuestros días. Arthur Schopenhauer en El arte de ser feliz dice que “Al menos nueve décimos de nuestra felicidad se basan únicamente en la salud”, y continúa: “Compárese la manera en que se ven las mismas cosas en días de salud y alegría y en días de enfermedad. Lo que produce nuestra felicidad o desgracia no son las cosas tal como son realmente en la conexión exterior de la experiencia, sino lo que son para nosotros en nuestra manera de comprenderlas”. Y la enfermedad nos las hace comprender de otra manera.
Deseamos mucha felicidad a todos los médicos y lectores de decataencata.com, aspiración íntima de todos y cada uno de nosotros, y porque los médicos dan felicidad. Es su vocación. Es algo que no deben negociar: ser felices para poder dar felicidad.
Nada es igual
Nada de ficciones, la cruda realidad de una pandemia vivida como actor principal. Todo aquello que para cada uno de nosotros se tildaba como normal, hoy dejó de serlo, para hacerse diferente, y algo a lo que hay que adaptarse, no queda más remedio.
Tristeza, extrañeza y esa sensación de soledad en lo sanitario, social, económico y personal, que hiere, más aún cuando observamos el descerraje y la osada ignorancia del personal, que está provocando consecuencias sociales sumamente negativas pese a pedirnos muy poquito, mascarilla, higiene y distancia.
La irresponsabilidad egoísta de una minoría que se hace mayoría afectando a todos. En especial cuanto mayor es la vulnerabilidad de nuestros congéneres de acuerdo con su edad, estado de salud , situación sociolaboral etc.
Vulnerabilidad productora de desasosiego, desorientación, incertidumbre …
Un futuro, sin duda incierto, lejano y cercano que probablemente nos acompañe de por vida y que exige interdependencias, unidad de fuerzas y de esfuerzo colectivo, para salir mejores, fortalecidos y preparados.
El antídoto, la positividad fundamentada en la responsabilidad individual y colectiva que impulse la espiral de avance vital, transformando la tristeza, la desesperanza y el desánimo en ilusión para una sociedad y un futuro mejores.
Frente a los que fomentan la crispación y el desconcierto interesado, para los que nada pierden, sólo la responsabilidad y la ilusión para reconstruir una sociedad rota y diezmada debe ser la razón de ser.
Esfuerzo cotidiano y responsabilidad en la defensa de una sociedad cada vez mejor, plena de derechos y menos vulnerable, ante una situación excepcional, insólita y trágica, es lo que nos queda por hacer.
MUSICANDO