Vino

ADIVINAR EL COLOR DE UN VINO A CIEGAS, UN EJERCICIO COMPLICADO

Pese a parecer contradictorio, la cata a ciegas no significa necesariamente que tengamos los ojos tapados cerrados o vendados salvo que se quieran potenciar los demás sentidos, es una opción, pero en esencia nos referimos a catar un vino a ciegas cuando no sabemos de qué vino se trata.

Es decir, cuando, por ejemplo, tapamos la etiqueta o lo servimos en una botella opaca. Preferiblemente es mejor tapar la botella con un envoltorio térmico, para que se mantenga en la temperatura adecuada. La ventaja de escoger esta segunda opción es que no tenemos por qué desechar la fase visual de la cata, tan importante como ya sabemos.

Al juzgar el vino sin verlo, logramos no dejarnos llevar por ningún prejuicio previo (positivo o negativo) que nos genere, por ejemplo, una bodega o un tipo de uva. Cuando comience la cata a ciegas, una muy buena opción es que cada participante cuente con una ficha de cata. En ella se podrán apuntar las impresiones, aromas, sensaciones… para compartirlos una vez finalizado con los demás catadores.

A la hora de elegir los vinos participantes en una cata a ciegas es recomendable que sean de apariencia similar. Por ejemplo, no tenemos por qué elegir todos los elaborados con la misma uva, pero sí que sean blancos, tintos, rosados…

 

Ficha de cata D.O. Rioja.

 

No es nada fácil saber qué es lo que se bebe con una venda en los ojos.

Con el paso de los años y tras haber consumido un cierto número de copas de vino blanco y tinto, siempre con moderación, se podría decir que podría reconocerlos con los ojos cerrados. La escuela del vino de Burdeos (http://www.bordeaux.com/wschool/fr/ecoleduvin)

propone ocasionalmente la realización de una serie de cursos para conocer el mundo del vino, en los que la propuesta es llegar a conocer el color del vino a ciegas. Tinto, blanco, rosado, cuestión complicada por cierto.

 

. Pescado o carne en salsa

 

Uno de los formadores, Benot-Manuel Trocard, ofrece un antifaz negro para dormir de los de tipo oficial con los que no se ve absolutamente nada, abre tu mano derecha para que cojas la copa y la hagas llegar a la cara, se huele el contenido de la copa, la muevo y con ella el vino, a oler de nuevo, pero nada viene a mi mente, saboreo el vino, bastante mineral, pero sigue sin evocar nada más. En cuanto al sabor pienso que si tuviera algo de comida con que acompañar el vino quizá me ayude algo más, pienso si el vino podría maridar mejor con el pescado o con una carne en salsa? Y como no percibo taninos, pienso que se trata de un vino blanco. Parece que me hallo algo más seguro.

 

Y, resulta que si, se trata de un blanco.

 

Paso a catar la segunda copa, la aproximo a los labios y diría que se trata de un blanco, percibo los aromas a fruta amarilla, típicos de los blancos y estoy todavía más seguro de ello.

 

Llega la tercera copa, parece otro blanco, en nariz siento el aroma a azúcar, el sabor sumamente redondo, me recuerda a la fruta muy madura y por tanto a los blancos licorosos que degustaba en mi juventud en Longares (Zaragoza).

 

. El despertar de los sentidos

 

Me quito el antifaz, y me comenta el formador que he tenido dos respuestas acertadas: la primera copa no contenía un vino blanco sino un clarete del 2014, con aromas a limón y pomelo.

La segunda copa era un vino blanco licoroso del 2009.

 

Hay que tener en cuenta que  la degustación del vino se lleva a cabo mediante varios de nuestros sentidos. La vista, el gusto y el olfato.

Una cosa si es cierta, con una máscara o venda sobre los ojos, toda nuestra atención se focaliza en el olfato y el gusto.

De ahora en adelante conviene procurar el mismo nivel de atención al vino en una cata que tomándolo en un bar.

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