Dos mujeres mantuvieron su amor en secreto durante décadas. Sin embargo, salir del armario a una avanzada edad tiene sus propios desafíos.
A secret love, es uno de esos regalos sorprendentes que a veces nos dan las plataformas digitales, cuál es el caso de Netflix, un documental que nos habla muy especialmente de cómo sufren la negativa casi constante de auto normarse. Terry y Pat plasman aquello de que la realidad es siempre más emocionante que la ficción, redondez (como la de los buenos vinos) de los procesos tan y tan tortuosos que tienen que vivir y de cómo las barreras adquieren distintas vestimentas (robe du vin) según se trate del momento vital en el que se hallan.
Ambas viven su juventud en la USA de los 50, casi amputadas para poder expresar su identidad y deseo sexual, a la par que llevaban a cabo su lucha por ser reconocidas en ambientes tradicionalmente femeninos.
Terry, abrió como beisbolista el deporte profesional a las mujeres, algo absolutamente impensable en aquellos tiempos.
Ser mujer y lesbiana, casi nada, para ambas que comenzaron su vida en común nada más estrenar su mayoría de edad, con una convivencia de más de 60 años, permaneciendo su entorno familiar ajeno a la realidad de la relación que las envolvía, hasta que su salud entra en fallo, propio del avance de la edad, en que pierden dolorosamente, el timón que rige sus vidas, renunciando a su espacio más que físico, vital, de su hogar amoroso, entregándose a una dependencia paradójica, más cuando lucharon toda su vida por lograr la ansiada libertad.
Relato amargo el que supone dar un giro copernicano a la cotidianeidad, la merma y pérdida de la autonomía y un modelo social que vive mirando hacia otro lado cuando llega este momento, posando los ojos hacia un mercado regulado y limitado de “apoyo”, convertido en un auténtico precipicio en el que el dolor físico, pero mucho más el emocional, destroza ásperamente la entereza de quienes en su día se tragaron el mundo.
Esta hermosa historia, crónica del buen amor, que siempre suma, es un espejo que nos muestra nuestra desnudez y miseria ante el modo vital que centró nuestra existencia.
Y si lloras al verla, piensa que no sólo es por el sabor amargo, es ese condenado acetaldehído de vernos a nosotros mismos en la pantalla, esa “empatía imaginada” que da en llamar Lynn Hunt (historiadora de los derechos humanos) que sentimos al reconocer su fragilidad, nuestra propia levedad compartida.
En un excelente artículo, que firma Octavio Salazar Benítez, en Dominio Público (15/05/2020): Mujeres y mayores: las amargas verdades de ‘A secret love’, dice:” la situación crítica que estamos viviendo, y que no es solo sanitaria, sino que hunde sus tentáculos en el corazón de lo que pensábamos era la normalidad, ha desvelado algunas realidades que la sociedad opulenta y neoliberal había mantenido invisibles o bien cubiertas por el velo de la indiferencia. Una de esas amargas realidades es la expulsión de la ciudadanía, entendida ésta como un espacio en el que los individuos tenemos voz y autonomía, de importantes sectores de la población, muy especialmente de los niños y de las niñas, así como de las personas mayores. La crisis nos ha puesto delante de las narices, entre otras insoportables injusticias, como hemos creado un modelo de convivencia que se ampara, a su vez en un modelo productivo, en el que los sujetos valen por lo que aportan al sistema, por su rendimiento en términos de capital, por su capacidad de emprendimiento.
La perversa alianza patriarcado/capitalismo expulsa a la marginalidad a todo aquél que no responde al patrón de macho/proveedor (incluso a él mismo),
Las mujeres, atrapadas en muchos casos, entre la conquista progresiva de derechos y las tendencias a asimilarse y comportarse como hombres, y este condenado virus que afecta mayoritariamente a los mayores, el cinismo resolutivo de muchas familias, el despedazado Estado Social que no ha priorizado el bienestar ni la dignidad de aquellos que dejaron de cotizar en el mercado ha llevado a negar a este creciente sector poblacional la capacidad humana de autodeterminación, de ser dueños de sus propias vidas, algo que conocen bien las mujeres con su lucha secular por convertirse en seres para sí mismas.
Diferencias entre sexo y género
La cada vez mayor confusión conceptual entre el sexo y el género, para entender el feminismo, hace esencial comprender cada uno de esos dos elementos para poder conceptualizar y argumentar correctamente y así no dejar que se cuele la misoginia que invisibiliza a la mujer desde el fascio.
Sexo
Realidad biológica. Los seres humanos nacen con vulva o con pene y los intersexuales con ambas características y atributos. El patriarcado utiliza el sexo para perpetuar el sistema opresor, de tal modo que la sociedad patriarcal lo que primero requiere es saber de un recién nacido es su sexo, categoriza según sexo, de tal modo que perfora los lóbulos de las niñas, la ropa tiene distintos colores y motivos, los nombres, claro está, según el pene y la vulva que los acompañe, identificar, identificar… y lo que viene después, el trato:
Alrededor del sexo, esa realidad biológica que comporta una anatomía concreta, se va edificando el género, construcción sociocultural excluyente, el instrumento patriarcal opresor y represor de las mujeres.
Género
Se las habla distinto, se las trata de forma diferente, se las llama diferente, se las viste y peina diferente, les va quedando claro a qué categoría pertenecen, si a la privilegiada (hombres) o a la oprimida (mujeres).
Y, por si hubiera dudas: unos 200 millones de mujeres y niñas entre 15 y 19 años de edad han sufrido mutilación genital femenina en los 30 países con datos representativos de prevalencia, 650 millones de mujeres y niñas (calculados) casadas antes de cumplir 18 años. Las burlas que reciben las niñas por su aspecto son más frecuentes en las niñas que en los niños. La violencia de género en el ámbito escolar obstaculiza la escolarización universal y el derecho a la educación en las niñas.
En torno a 120 millones de niñas menores de 20 años (1 de cada 10) en el mundo han experimentado relaciones sexuales y actos relacionados forzados.
La existencia de una categoría social privilegiada, los hombres con derecho a ejercer violencia contra niñas, adolescentes y mujeres instado por el sistema patriarcal, eso es el género ( «conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres». RAE).
El modelaje y el moldeado hacen el resto, mediante mandatos y roles categorizados de forma binaria: dirigidos a niñas y mujeres y a niños y hombres, dirigidos de forma distinta para que encajen según sexo, recibiendo la violencia e incluso la muerte si el encaje no es el “correcto”.
Por eso, el feminismo busca la abolición del género, de los mandatos diferenciados, de los mensajes que esculpen dos personas diferentes, sin encajes en casillas rígidas, estancas… La única diferencia, la anatómica, nadie, absolutamente nadie recibirá una educación distinta por nacer con pene y, ninguna persona será tratada con violencia por nacer con vulva.
El androcentrismo médico
Si el mundo toma como estándar el modelo masculino, repercute en las mujeres, consideradas como la otredad, lo otro, lo dos, lo segundo, lo accesorio…
La medicina toma el cuerpo masculino como modelo, una visión excluyente, con sesgo machista, que a veces nos hace olvidar que un dolor abdominal en la mujer puede ser debido a un carcinoma de cuello uterino, desde nuestra mente masculina, con una visión excluyente propia del sesgo androcéntrico afectando a la vida de quién nace con una vulva, útero y ovarios…
Hace muchos años leía en un pasquín de Almería, con motivo del nombramiento de una jerarquía eclesial, que rezaba así: “Como somos mayoría, lo queremos de Almería”, pues bien, ¿por qué se toma como modelo la anatomía masculina si las mujeres suman el 52% de la población?, pues porque existe el género, los hombres son lo importante, lo estándar, lo genérico, incluso en el lenguaje, lo UNO, las mujeres lo accesorio, la otredad, lo DOS.
La jerarquización de los sexos en nuestra sociedad es obvia gracias al género. El primer sexo oprime, el primer sexo se beneficia de la explotación sexual y reproductiva del segundo sexo, también gracias al género. La prostitución, los vientres de alquiler, la violencia machista, la violencia sexual, la violencia sociocultural. Pues eso…